Alrededor de una tercera parte de la obesidad adulta inicia en la niñez. Se ha encontrado que ésta se asocia con una obesidad más severa que aquella que aparece en la edad adulta. Así mismo el adolescente que persiste con su obesidad hasta la edad adulta tiene mayores riesgos de morbilidad.
La severidad de la obesidad y la edad de comienzo determinan si la enfermedad va a continuar durante la vida de adulto. Así mismo mientras más cerca esté el niño de la edad adulta tiene mayor riesgo de que persista dicha obesidad.
La obesidad en los padres aumenta el riesgo de ser un adulto obeso a cualquier edad. El estudio más comprensible de la historia natural de dicha enfermedad en niños y adolescentes demostró que si ambos padres padecen la enfermedad el riesgo de ser obeso en la edad adulta es mucho mayor, sin importar el peso del niño. A medida que avanza la edad del niño, el efecto del peso de los padres va disminuyendo, así como el efecto de la obesidad presente en el niño y su persistencia aumenta el riesgo de obesidad.
Existen tres períodos críticos al comienzo de la vida que afectan la obesidad en los niños, éstos son: el prenatal, el período de rebote de adiposidad y la adolescencia.
La evidencia más clara de que el crecimiento intrauterino influye sobre la adiposidad futura se deriva del seguimiento de los hijos de madres no diabéticas. En una revisión reciente encontraron que diez de 11 estudios demostraron un aumento de la posibilidad de obesidad en el adulto en hijos de madres no diabéticas. De los ocho estudios en los que revisaron nacimientos de madres no diabéticas, siete mostraron una asociación positiva entre peso al nacer y adiposidad en la edad adulta. Los únicos dos estudios que incluyeron peso materno, todavía mostraban una asociación positiva significativa, después de controlar el peso materno. Sin embargo, el peso al nacimiento sólo hace una pequeña contribución con la obesidad adulta.
El período de rebote de adiposidad describe el momento en el cual la curva del índice de masa corporal (IMC) comienza a aumentar después de un punto muy bajo que ocurre entre los 6 y 7 años. El comienzo de este rebote de adiposidad parece asociarse con un incremento de adiposidad en el adulto, incluso luego de controlada la enfermedad en los padres.
La adolescencia representa un período crítico par la obesidad adulta. El comienzo tardío de dicha enfermedad y la maduración temprana parecen asociarse con mayor riesgo de padecer obesidad adulta. Así mismo un grupo grande de obesos severos reporta el comienzo de su enfermedad en la niñez.
La historia natural de la obesidad indica que los padres obesos de niños pequeños deben someterse a consejería para prevenir la obesidad, sin importar el peso del niño.
El afán de los padres por controlar la cantidad de alimentos que ingieran sus hijos, el hecho de obligarlos a comer cierto tipo de comidas usualmente produce la reacción opuesta. Por ejemplo, el esfuerzo que hacen los padres para controlar la ingesta de sus hijos se asocia con una capacidad disminuida del niño para controlar su propia alimentación. Así mismo los niños guiados a consumir cierto tipo de alimentos usualmente los consumen menos. Disminuir la disponibilidad de comidas de alto contenido calórico puede motivar a los niños a ingerir mayor cantidad de frutas y vegetales. Sin embargo, ningún estudio ha demostrado aún la asociación entre estos comportamientos y la obesidad.
No se ha hecho ningún estudio para determinar el tipo de acercamiento para mejorar la interacción entre padres e hijos.
Hay todavía menos información sobre los patrones de interacción padres/hijos sobre la promoción de actividad. Como la inactividad se asocia con el comienzo y la permanencia de la obesidad, el tiempo empleado viendo televisión representa la principal forma de inactividad entre los niños. Por eso los límites para ver televisión deben ser impuestos desde temprana edad y mantenidos a través del tiempo.
Cuando el niño inicia el colegio el medio ambiente comienza a influir sus patrones de alimentación, la disponibilidad de alimentos, su elección, frecuencia de consumo y también la actividad física. La mayoría de familias actualmente están compuestas por padres trabajadores y los niños como mínimo consumen una de sus comidas en el colegio y son cuidados por personas diferentes a sus progenitores. En los Estados Unidos actualmente los empleos llevan a las familias a gastar el 30% de sus salarios para comprar alimentos por fuera de casa. Cifra mucho mayor que en Colombia, pero infortunadamente la tendencia en las ciudades capitales enfoca en esa dirección si no se toman medidas al respecto.
La obesidad en la niñez y la adolescencia se asocia con muchas consecuencias adversas. Entre las más frecuentes son el desarrollo de una autoestima baja, que resulta de la discriminación de los compañeros y la sociedad. Aunque las consecuencias médicas de la obesidad ocurren menos en los niños y adolescentes obesos que en los adultos, no es así si los comparamos con los niños que presentan pesos saludables. Esta secuencia tiende a ser paralela a la de los adultos. La hiperinsulinemia se relaciona directamente con la severidad de la obesidad y aunque la diabetes mellitus tipo 2 es rara, en la infancia, la prevalencia en niños y adolescentes obesos comienza a aumentar. Las hiperlipidemias que se caracterizan por aumento de LDL y triglicéridos con HDL disminuida es también frecuente. Aunque la hipertensión es rara en niños y adolescentes, el 50% de los niños hipertensos son obesos.
La principal urgencia de los niños obesos es la apnea del sueño, el deslizamiento de la cabeza del fémur, pseudotumor del cerebro y la enfermedad de Blount.
Afortunadamente estas consecuencias son raras. Sin embargo, si están presentes, debe instaurarse rápidamente un programa para bajar de peso.